Todas
las tradiciones tienen un por qué y la que se celebra esta noche del 31 de
octubre no va a ser menos; por supuesto. Noche de Finaos o Finados, lo cual
quiere decir persona muerta o difunta que tiene una referencia importante en
Canarias en vísperas del 1 de noviembre Día de Todos los Santos. Hace
referencia o nos traslada a un legado importante que es acabar con el viejo
vino y preparar las bodegas para su apertura por San Andrés.
Y
aunque cada año el clima nos sorprende con alguna variación, estas fechas nos obligan
a ir a enramar los cementerios y avivar con colores a quienes nos cuidan desde
el cielo y a reunirnos para honrarlos con vinos y castañas.
Y
nos vamos a los libros. Estas celebraciones religiosas muy respetadas por el
pueblo hacía que los vecinos se reunieran en culto a sus difuntos y ofrecían
sufragios por las ánimas; de ahí que los famosos “ranchos” (ese grupo de
hombres que cantaban) salían por el mes de difuntos y como la Pascua estaba
cerca ya continuaban. Así que aparecen guitarras y timples y hasta un bailito
de Taifa se arrancaba el pueblo.
Pero aparte del recuerdo a los difuntos,
los finados también era una fecha de gran significado gastronómico, en el que
se elaboraban dulces típicos y otras viandas en cualquier casa del pueblo. Hasta
hace muy poco tiempo esta comida de finados en Canarias tenía tal trascendencia
que no se consideraba como casa de pro aquella en que no se celebraba,
recordaba en 1967, el escritor y cronista, Juan del Río Ayala, en un artículo
publicado en El Eco de Canarias.
Al final una comida familiar donde las
madres o abuelas contaban anécdotas de los difuntos y donde las torrijas,
mieles, nueces, castañas higos, vinos, anisados y algún que otro mejunje hecho
con miel, ron y cáscara de naranja. Una costumbre ancestral que se ha
popularizado también allende los mares donde el recuerdo a nuestros ancestros
mantiene viva una tradición popular.